Europa quiere homogeneizar los productos financieros


Las distintas remuneraciones que ofrecen los depósitos bancarios o los desiguales costes de las hipotecas en los diferentes países de la Unión Europea podrían tener los días contados. Y es que Bruselas quiere un mercado único de productos financieros. Debido a los actuales esfuerzos de integración económica y fiscal en el Viejo Continente, se trata de un paso lógico, ya que si la pretensión desde hace más de medio siglo es la de crear un auténtico mercado común para los países miembro, la convergencia debe encaminarse hacia una misma «cesta de la compra», tanto por el lado «real» como por el «financiero».

Transformar la relación entre los ahorradores, los bancos, los asesores financieros o los gestores de fondos representa un objetivo de MiFID II –la nueva directiva sobre mercados e instrumentos financieros–, y este mercado único constituye la «otra pata» de la reforma. Una verdadera integración reduce los costes de transacción, información y asimetría, ahorra tiempo y esfuerzo a los ahorradores y a los oferentes de productos –instituciones financieras, agentes de mercado…–, y abarata la regulación, que será predominante durante los próximos años. Es decir, «homogeneizar los productos financieros elimina muchas de las barreras existentes, incluso la falta de competencia entre entidades en algunos países que no ofrecían productos acordes a los deseos de sus clientes porque no les deja suficiente margen en su comercialización», asegura Javier Santacruz, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB).

La diferencia de precios entre los 28 países de la UE para los mismos servicios resulta bastante notoria. No obstante, el entorno de tipos de interés prácticamente nulos la ha reducido de forma considerable. Pero las comisiones por el uso de tarjetas de crédito o débito, la oferta de préstamos tanto personales como hipotecarios o la gestión del circulante de las empresas demuestran que las diferencias continúan patentes. Los altos precios de determinados productos pueden deberse, sin lugar a dudas, a una escasa competencia, que restringe artificialmente la oferta elevando los costes para captar un mayor porcentaje del excedente del consumidor. Santacruz revela que en el mercado bancario, con muchos clientes de demanda fuertemente inelástica, el excedente del consumidor queda prácticamente absorbido por el oligopolio.

Aunque las ventajas son evidentes, la unificación del mercado de productos financieros también conlleva algunos inconvenientes, que podrían deberse a la falta de cultura financiera en países como España, donde la complejidad de los productos suele ser infraestimada y escasea la búsqueda de asesoramiento profesional. Santacruz advierte de que puede volver a ocurrir como con la entrada del euro a principios de los 2000. Y si por aquel entonces se produjo una oleada de dinero barato, ahora podría desembocar en un hervidero de productos bancarios complejos revestidos de «depósitos» o cuentas corrientes aparentemente inofensivas.

Desde la Comisión Europea lamentan que, en una economía cada vez más digitalizada y con un número de bancos y aseguradoras ofreciendo productos a través de la pantalla en aumento, existan barreras artificiales que impidan un mercado europeo realmente único para las finanzas personales. Santacruz explica que la digitalización es una gran oportunidad para romper viejos oligopolios y barreras artificiales a la competencia, y que si antaño la oferta –bancos– controlaba a la demanda –clientes–, ahora pueden cambiar las tornas. El nuevo paradigma contempla la entrada de nuevos competidores, como Google, Amazon o Facebook, que amenazan la supremacía de algunas entidades que parecían estar seguras en su posición de mercado. Por ello, «el establecimiento de un mercado único de productos financieros favorece al cliente en detrimento de las barreras artificiales al comercio».

Pese a que en Europa exista un nexo de unión innegable respecto a la extensión bancaria, ya que el 70% de la financiación procede de los bancos, en determinados países el grado de competencia entre entidades es muy superior. Santacruz considera que no importa tanto el número de bancos como la calidad del servicio y el grado de implicación del cliente, y que mejorar la calidad no es únicamente tarea de una entidad o de un regulador, sino de los propios ahorradores.

Fuentes del Ejecutivo comunitario aseguran que la consulta estará abierta durante tres meses y que el objetivo sería elaborar un Plan de Actuación en verano de 2016, «que incluiría medidas legislativas y no legislativas». Más allá de la transparencia en la información, el mayor reto financiero que tenemos para las próximas décadas pasa por mejorar la cultura económica. Los expertos creen que se necesita educar a los pequeños en el fomento del ahorro, la responsabilidad en las decisiones y la comprensión de las finanzas desde lo más básico porque, como ocurrirá con MiFID II, toneladas de papeles y de contratos no son suficientes –en ocasiones podrían resultar contraproducentes a la hora de comprobar si una persona sabe lo que está firmando–. «Es un problema de base que debe atajarse desde el principio. Cuidar las finanzas personales tiene que ser equivalente a la salud, el trabajo o la dimensión moral», apostilla Santacruz.

Source: The PPP Economy

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