La alternativa de los bioplásticos todavía está demasiado verde
El plástico ha invadido de forma silenciosa nuestro día a día y se ha convertido en el eje de buena parte de la actividad económica. Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que vivimos rodeados de este material procedente de la industria petroquímica, que se emplea en una amplia gama de artículos: botellas, cepillos de dientes, utensilios de cocina, carrocería de automóviles… no tendría nada de malo si no fuese porque cada año llegan al océano al menos ocho millones de toneladas de plástico procedentes de residuos mal gestionados en los cinco continentes, lo que provoca daños en la vida marina. Otro problema está relacionado con su origen. Al provenir del petróleo, el carbono acumulado se moviliza a la biosfera como consecuencia del ciclo de vida de los plásticos, dando lugar a un incremento de las emisiones de CO2, con el consiguiente impacto en el calentamiento global. En el camino hacia la reducción de la huella medioambiental, han surgido soluciones como los bioplásticos, que aspiran a reemplazar a este omnipotente material en las aplicaciones donde puedan aporta valor.
Bajo este concepto se engloban dos grandes tipos de materiales: aquellos fabricados a partir de materias primas renovables, como los residuos, y los biodegradables, que pueden ser gestionados junto con el resto de materia orgánica en plantas de compostaje. Su mercado, incluyendo ambas familias, es todavía pequeño, ya que solo representan un 1% de los más de 368 millones de toneladas de plástico que se producen cada año en el mundo, según los datos recopilados por European Bioplastics en colaboración con Nova-Institute. Y es que, a pesar de que los expertos coinciden en que a los bioplásticos les aguarda un prometedor futuro, todavía se enfrentan a ciertas limitaciones.
Los retos
«Una de ellas es el suministro, es decir, tener la garantía de dónde podemos obtener estos bioplásticos porque, aunque la fracción es pequeña, algunos provienen de alimentación. Por eso, los proyectos de investigación actuales se centran en su obtención a partir de los residuos. Por otro lado, la capacidad de producción que tienen estos materiales ahora mismo es limitada y la demanda incluso es mayor que la propia oferta», dice Sergio Giménez, director de negocio del Instituto Tecnológico del Plástico (Aimplas).
Otro de los frenos que identifica es que las propiedades de los biodegradables no son las mismas que las de los plásticos tradicionales. «Es un sector que está todavía en pleno auge a nivel de investigación», añade. El hecho de ser una familia de materiales relativamente nueva en comparación con los plásticos convencionales también deriva en otra desventaja. «La empresa petroquímica lleva muchísimos años, de modo que los procesos están optimizados y los costes de producción son muy ajustados. Las tecnologías relacionadas con los bioplásticos de origen renovable llevan menos tiempo en el mercado y los costes son más elevados, si bien en un futuro largo podrán igualarse», sostiene Soraya Prieto, responsable del grupo de Química Sostenible de Tecnalia.
Teniendo en cuenta todos estos factores y la escasa capacidad de producción que tienen a día de hoy, surge la duda de si pueden ser una opción viable para reemplazar el uso masivo de plástico a nivel global. «Con los datos en la mano podemos comprobar que no, pero tampoco es su objetivo. Siempre se plantean como una alternativa de nicho enfocada en aquellos productos donde aporten una ventaja», comienza por aclarar Giménez. Ahonda en esta idea Jordi Simón, director técnico de la Asociación Española de Plásticos Biodegradables y Compostables (Asobiocom): «Los plásticos no se tienen que sustituir, lo que hay que hacer es utilizarlos y valorizarlos correctamente. Los biodegradables son un complemento extraordinario en algunas cosas, pero no tienen por qué reemplazar a todos, no están diseñados para ello, sino para aportar soluciones que los otros no dan».
¿Y cuáles son esas aplicaciones en las que pueden tener más sentido? «Una característica muy intrínseca de los materiales biodegradables es que la mayoría son permeables, permiten transpirar a los productos que hay dentro. Esto, que en muchos casos se percibe como una desventaja, es un punto fuerte que se puede aprovechar en productos como las bolsas de sección para frutas y verduras», explica. Para las cápsulas de café también son útiles, pues en condiciones de compostaje se degradan y se convierten en abono junto con los restos del café. «Es una aplicación de libro. La cápsula de café compostable permite evitar todo lo que significa la gestión de un residuo complicado», detalla Simón. Otro de los sectores donde se están haciendo un hueco es el de la agricultura, para el acolchado del suelo, por ejemplo. «Es un producto que está con la tierra. Recogerlo, lavarlo y reciclarlo es muy complicado. Que se pueda biodegradar en el propio campo es muy importante para evitar acumulación de plástico en el suelo», subraya Sergio Giménez, para quien los biodegradables siempre son recomendables cuando tras su uso quedan impregnados con restos de fracción orgánica.
Sistema de gestión
Ahora bien, que sean biodegradables no significa que se puedan arrojar a la naturaleza. «Estos materiales se estudian y se validan para conseguir una degradación que tiene que ser como mínimo del 90% en seis meses, pero en condiciones controladas. La idea de que por ser biodegradable se puede tirar en cualquier sitio es errónea, por lo que tiene que haber un sistema público para su recogida y gestión», recalca Giménez. También una certificación que indique al consumidor dónde debe depositarlo.
Si estos materiales ya se utilizan para determinados sectores, en los próximos años el negocio irá al alza. Según proyecciones de European Bioplastics, en 2025 la capacidad mundial de producción de bioplásticos se elevará hasta los 2,87 millones de toneladas frente a los 2,11 millones actuales. Y nuestro país tiene una gran oportunidad por delante. «España cuenta con un sector de transformación muy bien preparado para poder utilizar estos materiales y a medio plazo habrá un cambio importante», defiende Jordi Simón. Por su parte, Giménez resalta que «tenemos ya grandes fabricantes de productos finales» aunque carecemos de plantas que trabajen la materia prima, un aspecto en el que solo hay «proyectos en ciernes». Desde luego, quedan muchos desafíos por delante para la industria de los bioplásticos, llamados a ser el complemento definitivo de los plásticos convencionales.