En las redes de Elon Musk, el empresario más poderoso del mundo


Todas las grandes fortunas tecnológicas tienen sus mitos fundacionales. El garaje en Albuquerque (Nuevo México) en el que Bill Gates y Paul Allen arrancaron Microsoft. El periplo en coche de Jeff Bezos y su entonces mujer, MacKenzie, desde Texas hasta el noroeste del país, en el estado de Washington: sin un duro, en un Chevy Blaze viejo donado por su padre, ella tecleaba el plan de negocio de Amazon mientras él dictaba al volante. O la habitación de Harvard de Mark Zuckerberg desde la que creó –en el evangelio apócrifo de Facebook, el lugar en el que birló la idea a otros– la gran red social.

Elon Musk no tiene ese relato épico. A los 12 años ya programó y vendió un juego de ordenador a una revista especializada, pero ¿quién no tuvo un compañero de clase ‘nerd’ en los ochenta que diseñaba programas en aquellos ordenadores primigenios? Musk y su fortuna no tienen mito fundacional. Pero el empresario más poderoso del mundo –y el hombre más rico– es un mito andante.

Tiene un ejército de fieles que le consideran la única mente capaz de salvar al mundo de un colapso autoinfligido. Y otro de críticos que le ven como un multimillonario ególatra tóxico, inestable y peligroso. Sus éxitos empresariales –Tesla y SpaceX, sobre todo– son apabullantes y sus proyectos en marcha –trenes hipersónicos, inteligencia artificial, la colonización de Marte– son ficción para los descreídos y ciencia para él. Salpimienta su existencia con excentricidades, relaciones amorosas apasionadas, declaraciones explosivas y promesas estrafalarias. La telenovela en la que se ha convertido su compra de Twitter solo agranda su leyenda.

Musk nació en la capital de Sudáfrica, Pretoria, en 1971. Hijo de una modelo y dietista –hace poco regresó a las portadas a rebufo del éxito de Musk– y de un ingeniero. Se separaron cuando Elon tenía nueve años. Sus otros hermanos, Kimbal y Tosca, fueron con su madre. Él eligió no dejar solo a su padre. Fue el error de su vida, ha dicho después.

Jeff Bezos (Amazon)

En 1994 fundó la compañía de comercio electrónico Amazon, de la que actualmente posee el 7 por ciento. En 2021 dejó de ser su director ejecutivo y también abandonó el puesto de hombre más rico del mundo. Su fortuna, según Forbes, asciende a los 219.000 millones de dólares.

De su progenitor heredó una mente brillante, computacional, robótica. Pero también recibió de él un cargamento de abuso emocional. «Casi todo lo malvado que te puedas imaginar, él lo ha hecho», dijo Musk en una entrevista con la revista ‘Rolling Stone’ hace unos años, en la que retrató al padre como un ser despreciable (pero, después, ya millonario, se lo llevó a California y le puso mansión, coche y barco). Al sufrimiento en casa se sumó el del colegio. Era el más pequeño de clase y la adolescencia tardó en llegar. Le llovieron las palizas. En una acabó inconsciente en el hospital.

Quizá en esos traumas está la génesis de su espíritu emprendedor visionario, en la frontera de lo redentor: una idea del bien frente al mal, la creación frente a la destrucción, lo útil frente a lo fútil. En cuanto acabó el colegio, se marchó con su madre y sus hermanos a Canadá, el país originario de ella. Empezó estudios en la Queen University y pronto se pasó al otro lado de la frontera, a la Universidad de Pensilvania, donde estudió Física y Economía, las dos bases de su carrera.

En una entrevista con el bloguero Tim Urban aseguró que ya en la universidad se planteó la siguiente pregunta: «¿Qué será lo más decisivo en el futuro de la Humanidad?». Y la respondió con una lista de cinco campos: internet, energías sostenibles, exploración espacial –en particular, conseguir llevar la vida más allá de la Tierra–, inteligencia artificial y reprogramación del código genético humano.

Steve Jobs (Apple)

Comenzó con la empresa en el garaje de su casa para, después, convertirse en una de las tecnológicas más importantes a nivel mundial. Al morir Jobs, en 2011, dejó una fortuna de 10.2000 millones de dólares que heredó su viuda. Fue la mente tras los productos más exitosos de Apple.

Las ambiciones de estudiante se han confirmado de manera absoluta en al menos dos de ellos: la energía sostenible, con la explosión del coche eléctrico que ha liderado con Tesla, además del liderato de Solar City en energía solar; y la exploración más allá de nuestro planeta con SpaceX, confirmada como la gran potencia de la industria aeroespacial privada. También ha hecho incursiones importantes en internet con Starlink, que proporciona conexión desde satélites de pequeño tamaño, y en inteligencia artificial con su organización benéfica OpenAI.

Explota la burbuja

Pero sus primeras aventuras empresariales fueron mucho más terrenales. Se metió en un programa de doctorado en Stanford –una de los principales graneros tecnológicos de EE.UU.– para estudiar sistemas de almacenamiento energético (la clave para que las renovables sean eficientes), pero duró dos días. Literalmente, 48 horas. A su alrededor, en Silicon Valley, veía crecer la ola de internet y también la quiso surfear. Montó con su hermano Kimbal una plataforma de guías de viaje para periódicos, Zip2. Dormían en la oficina, se duchaban en el gimnasio y el inventó triunfó. No tardaron en vender Zip2, y Musk salió de la operación con un cheque de 22 millones de dólares. Buena parte de ello lo metió en su siguiente aventura, un patrón que repetiría en el resto de su carrera.

Era 1999, la burbuja ‘punto com’ crecía y Musk fundó X.com, un banco online. Hoy es algo convencional. Entonces, un experimento. Se alió con otra gran fortuna tecnológica incipiente, la de Peter Thiel, para funda PayPal, el primer gran sistema de pagos digitales, y se convirtió en su consejero delegado. Un golpe de estado interno cuando estaba de viaje en Australia le expulsó de los puestos directivos («Ese es el problema de las vacaciones», ha recordado después Musk, un adicto al trabajo que alardea de dormir en el suelo de su oficina, debajo de su mesa de despacho).

Mark Zuckerberg (Meta)

Es uno de los creadores y fundadores de Facebook (desde 2021, Meta Platforms) y su actual presidente. En 2018, fue el personaje más joven en aparecer en la lista de Forbes. Su fortuna hace unos meses estaba calculada en 129. 000 millones de dólares, aunque luego tuvo una caída.

La venta de PayPal le supuso una inyección de 180 millones, que fue la semilla de su actual imperio. La burbuja ‘punto com’ ya había estallado y Musk destinó su ‘pequeña’ fortuna a tres ideas visionarias. En poco tiempo, dedicó 100 millones de dólares a SpaceX, 70 millones a Tesla y 10 millones a Solar City. Cualquier observador le hubiera tomado como un nuevo rico borracho de ínfulas. Hablaba del desarrollo de una industria espacial privada que crecería hasta colonizar Marte y de un futuro de coches eléctricos y baterías eficientes que acabaría con la dependencia de combustibles fósiles y tumbaría la amenaza del cambio climático.

Los que pronosticaban un petardeo sonoro estuvieron cerca de acertar. En 2008, con la crisis financiera arrasando EE.UU., con los gigantes de la automoción rescatados por el Gobierno federal, salvó a Tesla de la bancarrota con su propio dinero. En septiembre de ese mismo año, SpaceX se jugaba su futuro en un cuarto lanzamiento de su cohete Falcon 1, tras tres intentos fallidos. Era el primer cohete privado con combustible líquido. El artefacto subió al cielo con éxito y reflotó el sueño de Trump (lo había perdido de forma literal: reconoció que se despertaba en sueños, entre pesadillas, gritos y dolor físico).

Poco después, la NASA otorgó a SpaceX un contrato de 1.600 millones de dólares. Y Tesla ha explotado desde entonces; en especial, en los últimos años, con el mundo convencido de que el futuro del coche es eléctrico y de que Tesla lo lidera. La capitalización de mercado de la compañía ha ascendido como un cohete de SpaceX y supera a la de las diez mayores compañías de automoción del planeta, incluidos gigantes como Toyota, Volkswagen, Ford o General Motors.

El pelotazo eléctrico

Con el ascenso bursátil de Tesla, la fortuna de Musk se ha disparado hasta convertirle en el más rico del mundo, muy por encima de los otros grandes multimillonarios tecnológicos, como Bezos, Zuckerberg o Gates. Pero les diferencia algo más que el grueso de la billetera. Todos ellos son visionarios que han revolucionado sectores y transformado nuestras vidas.

No tienen, sin embargo, el carácter mesiánico de Musk. Y, si lo tienen, resulta ridículo en la comparación. Zuckerberg anticipó el pasado otoño un futuro –nada atractivo, para algunos– basado en el metaverso, en el que viviremos conectados a través de espacios virtuales, pegados a gafas tridimensionales y todo bajo el control de Meta, la nueva marca de Facebook. Elon Musk proyecta un mundo que evita su autodestrucción –con energía eficiente y con la posibilidad de colonizar otros problemas– no que escapa de la realidad con unas gafas.

Bill Gates (Microsoft)

kEl que fuera el hombre más rico del mundo durante años, fundó en 1975 –junto a Paul Allen– la tecnológica Microsoft. En 2016, era la mayor empresa de ‘software’ del mundo por ingresos. En 2019, y según publicó la revista Forbes, su patrimonio era de 96.6 mil millones de dólares.

Musk, además, hace cosas. Eso le emparienta con los grandes industrialistas de finales del siglo XIX y principios del XX que convirtieron a EE.UU. en la gran potencia mundial. Con los Ford o Carnegie. Y con sus grandes innovadores, como Thomas Edison. «Sus aventuras no son meras concepciones digitales conjuradas en la habitación de una residencia de estudiantes o en garaje», escribió el autor Walter Isaacson sobre Musk cuando ‘Time’ le nombró en 2021 como ‘persona del año’, en una puya obvia a otros rivales. «Incluye el diseño y la fabricación de productos físicos, como coches, baterías y cohetes, como EE.UU. solía hacer».

A Isaacson –está en el proceso de publicar una biografía sobre Musk– se le nota que es juez y parte. Relaciona al hombre más rico del mundo con Ford y Edison. También con Benjamin Franklin o Leonardo Da Vinci, por su «curiosidad obsesiva pero juguetona» con las maravillas de la naturaleza. Con Gates y Bezos, dos magnates contemporáneos, por la «intensidad que lleva a la locura a sus plantillas pero que también les lleva a hacer cosas que se creían imposibles». Y con Steve Jobs, por su capacidad de «reinventar industrias con el uso estratégico del campo de la realidad distorsionada». Es decir, cuestionar todo lo anterior.

Jobs ha sido hasta ahora santón de los emprendedores. Le han imitado hasta sus jerséis negros de cuello alto. Ha sido sobrepasado por Musk. Una encuesta reciente de ‘Wired’ aseguraba que más de la mitad de los jóvenes emprendedores tecnológicos elegían al sudafricano como espejo. Muchos mencionaban su «perspectiva social», su apuesta, en apariencia auténtica, de cambiar el mundo desde la ciencia y la empresa.

Un rebelde

Para sus seguidores, otros millonarios tecnológicos han creado problemas. La toxicidad política, el impacto emocional en adolescentes o la expansión de las ‘fake news’ en las redes sociales. La extinción de negocios tradicionales con Amazon. Mientras tanto, Musk soluciona problemas.

Ahora, se ha propuesto arreglar las limitaciones del discurso democrático desde Twitter. Musk se ha declarado un «absolutista» en la defensa de la libertad de expresión y quiere convertir a la red social en su refugio. Eso a pesar de que, puertas adentro, Musk exige a sus empleados que firmen acuerdos que les impiden criticar a su empresa o que limitan lo que los periodistas pueden publicar sobre él.

Las excentricidades de Musk son conocidas. El porro que se fumó en directo con Joe Rogan, el rey de los ‘podcast’. Sus problemas con los reguladores por anunciar por Twitter que tenía financiación para sacar a Tesla de bolsa. Sus mensajes a favor de ‘dogecoin’, una criptomoneda marginal. Los anuncios de abandonar toda posesión física. Sus bufonadas constantes: «Lo próximo que voy a comprar es la Coca-Cola para que vuelva a tener cocaína», escribió esta semana.

Musk ha reconocido que tuitea cuando va al baño y, sin duda, muchos de sus mensajes son como lo que evacúa el retrete. Pero, más allá de su parloteo en Twitter, ha demostrado ser el gran agente de transformación del siglo XXI y habrá que ver si mantiene la racha en el mundo complicado de las redes sociales.

Source: Noticias

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