Valiosas lecciones para emprender de los más duros reveses de Silicon Valley


Google Glass parecía una buena idea. En 2012, el gigante tecnológico anunció un revolucionario proyecto para desarrollar unas gafas de realidad virtual con las que podríamos interactuar con la voz y la mirada. Ya no haría falta una pantalla táctil. Así, Google aspiraba a que en pocos años ese dispositivo fuera tan cotidiano como los teléfonos inteligentes. El proyecto fue cancelado tres años después.

El caso de Google Glass es un ejemplo que recopila varios errores que comúnmente se cometen a la hora de emprender: reacción negativa del cliente, limitaciones por el desafío tecnológico y una mala sincronización con el mercado. «Era una iniciativa que estaba muy bien, pero la relación entre el valor percibido con el precio no era la adecuada. Y el valor que podía tener la tecnología no era tanto», dice Daniel Soriano, profesor de IE University. Cada unidad rondaba los 1.500 dólares.

«Es un producto que llegó demasiado pronto», dice Josemaria Siota, profesor de IESE Business School, para explicar cómo ese proyecto también se vio afectado por el desafío tecnológico, es decir, las herramientas existentes limitaban el rendimiento del producto a un nivel inferior al esperado. Ante la incapacidad de convertir sus gafas en un artículo de consumo masivo, Google decidió pivotar el modelo de negocio y en 2017 relanzó Google Glass con un nuevo modelo que ayuda a los trabajadores en fábricas industriales o centros logísticos. Ese negocio aún funciona. 

«Cuando tienes un problema, es importante identificarlo y pivotar, es decir, buscar soluciones: en vez de hacer A, prueba B», dice Siota, quien dirige el Centro de Iniciativa Emprendedora e Innovación de IESE. De acuerdo con un informe preparado por IESE Business School para ABC basado en múltiples publicaciones, el 73% de los problemas más frecuentes en startups tecnológicas tienen causas externas, mientras que el 27% restante es producido por factores internos.

Entre los desencadenantes externos, el más frecuente es ver una respuesta negativa o nula de los clientes (24%), seguido por la falta de capacidad para competir con otras empresas (8%), el desafío tecnológico (8%), la presión de los inversores para cambiar de dirección (6%) o proporcionar una solución que el mercado no está listo para aceptar (5%). Una vez identificado el factor que desencadena el problema, los emprendedores deben pivotar para buscar soluciones.

Antes de Instagram

Un ejemplo es Burbn, una app que con la geolocalización permitía registrar qué planes habías hecho y compartirlos con otros usuarios. Era una solución compleja, con demasiadas herramientas, y que, además, competía por hacerse un hueco en un mercado ya entonces dominado por Foursquare. Ante esa situación, los directivos decidieron desechar todas las funciones de Burbn excepto una: las fotografías geolocalizadas, el servicio más valorado por sus usuarios. Burbn desapareció y la app pasó a llamarse Instagram. 

Hay multitud de startups que no supieron reaccionar y terminaron en un rotundo fracaso. Uno de los más sonados es el de Juicero, una empresa nacida en 2013 que vendía un exprimidor de zumo por 700 dólares. La empresa, que recibió cerca de 120 millones de dólares en diferentes rondas, prometía ser el Nespresso de los zumos, ya que para producirlos exprimía las frutas y los vegetales contenidos en unos sobres que se vendían aparte. «En las rondas de inversión, es mejor tener una valoración más baja que una muy alta porque luego las expectativas serán elevadas», dice Soriano, quien dirige el Centro Internacional de Emprendimiento de IE University, sobre uno de los riesgos relacionados con la financiación que afrontan las startups y que podría aplicarse al caso de Juicero, desaparecida en 2017.

«Es importante no ser muy ambicioso con la valorización de la compañía porque te puede salir el tiro por la culata. Si has creado expectativas muy altas, puede ser que no accedas a siguientes rondas porque no supiste demostrar que ibas a crecer lo que habías prometido», explica.

Otro caso famoso de valoración excesiva es el de Jawbone, una startup extinguida en 2017 que desarrollaba dispositivos como pulseras o relojes electrónicos. «Incrementó artificialmente su valoración y su tecnología nunca llegó a competir con los líderes del mercado», comenta Soriano sobre una empresa de tecnología portátil que monitoreaba la actividad personal. Jawbone nunca pudo enfrentarse a líderes del sector como Samsung o Fitbit, a pesar de que recibió más de 900 millones de dólares en diferentes rondas de financiación.

Fallos rápidos, baratos y eficientes 

Los riesgos más habituales en las startups están vinculados con el producto, la tecnología, la financiación y la relación entre equipo directivo e inversores, según explica Soriano. En ese sentido, el experto recomienda minimizar esos riesgos para que, cuando ocurra un error, sean lo más pequeños posible para aprender de ellos sin comprometer la sostenibilidad de la empresa. «El fracaso muchas veces es necesario para llegar a una innovación disruptiva. Sin embargo, lo mejor que se puede hacer es que sean fallos baratos, que ocurran rápido y de los que se pueda aprender», dice Siota, de IESE. «Aprende rápido, barato y de forma eficiente», recomienda el experto.

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