Taxis y Cabifys


Soy muy de taxi. De toda la vida. Pero en los últimos tiempos, qué quieren, a veces me he pasado al Cabify. No es que lo haya hecho como represalia a la falta de simpatía de algunas de las señoritas de las emisoras, o por haber sufrido a determinados ogros de pésimo carácter, a quienes no se les puede pedir ni que bajen la ventanilla de su coche maloliente, más viejo de lo normal, a consecuencia de un subarriendo sin descanso, no. Ni siquiera se ha debido a que me agoten los taxistas que desconocen nuestro idioma y la ciudad que han de recorrer. Han sido las circunstancias: alguien que tenía descargada la aplicación me ofreció pedirme un coche y acepté. Y como no lo iba a parar en la calle (sé que ellos no pueden atender a los clientes sin contrato previo), no he visto el problema. Los conductores de Cabify no son delincuentes. También son padres de familia, o que quieren sacar adelante sus vidas, como los taxistas. Y, al menos de momento, hacen lo que pueden para hacerle el viaje lo más agradable posible al cliente. La radio, la temperatura, un estudio previo del recorrido, un precio por adelantado… Cosas mínimas que si los taxistas considerasen también como una obligación les harían más grandes. Estamos en un mercado libre donde caben otras opciones. Por eso cada uno debe pelear por su sitio, pero menos a codazos que con estrategia. Habrá que regular como corresponde, pero como nadie podrá ponerle puertas al campo, estaría bien que los taxistas empezaran a pensar en ponerse las pilas.

Source: The PPP Economy

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