Se acabó la fiesta


La crisis financiera inmobiliaria de finales de la primera década del siglo surgió como consecuencia de la explosión de la burbuja irracional a la que habían llegado los mercados como consecuencia de una disponibilidad monetaria prácticamente ilimitada. Curiosamente, la medicina aplicada para curar dicha enfermedad fue inocular al sistema el mismo principio activo que la había provocado. Así, la política monetaria practicada desde entonces en todo el mundo desarrollado se ha basado en la aportación de ingentes cantidades de dinero, a tipos irrisorios. De esta forma se ha capeado, con más pena que Gloria, una situación que no acabó nunca de despegar.

Más tarde, cuando las cosas fueron a peor por culpa de la aparición de la pandemia y para evitar el derrumbe completo de la economía, se incrementaron aún más los balances de los bancos centrales, con nuevas aportaciones de dinero y se bajaron los tipos de interés a niveles incluso negativos. Al final, esta anómala situación ha derivado en una inflación que amenaza la estabilidad de la economía occidental. Siempre solemos achacar la responsabilidad de esta inflación a la subida de precios de las materias primas, fundamentalmente de los energéticos. Pero no cabe duda de que la actuación de los bancos centrales en materia monetaria ha provocado también una enorme inflación fundamentalmente de activos financieros e inmobiliarios que no computan en el IPC.

La noticia de que la Fed va a terminar la fiesta monetaria mediante la no renovación de sus compras de deuda y la subida de los tipos- se esperan cuatro subidas del 0,25% cada una a lo largo del año -, ha sido ampliamente recogida en lo medios de comunicación. No así las razones esgrimidas por el regulador para adoptar tan drástico recorte, que han pasado desapercibidas. Dijo que su principal preocupación era mantener la estabilidad de la economía y que el mayor peligro para ella era la inflación exagerada y por eso se sentía obligado a luchar contra ella, endureciendo la política monetaria, cuya pasada laxitud es una de las causas que más le afectan.

La situación en Europa es relativamente similar. Lo suficiente para esperar un comportamiento análogo por parte del BCE. Podrá diferenciarse en la intensidad de la retirada de los estímulos y en los plazos de actuación, pero no se equivoca quien piense que la fiesta monetaria ha terminado también a este lado del Atlántico.

Aparte de sus implicaciones en los mercados financieros y del encarecimiento de la financiación como consecuencia de las subidas de tipos, hay una derivada española que deberíamos vigilar. Se habrá dado cuenta de que llevamos años sin hablar de la prima de riesgo. Es así, porque ha desaparecido. Y lo ha hecho porque los inversores tenían la garantía, por detrás, del BCE quien compraba productos de deuda nacional como si fuesen pipas.

Si esa garantía desaparece o se modula, como consecuencia de la retirada de los estímulos, los inversores empezarán a discriminar los tipos exigidos en función de la garantía ofrecida por el emisor, como es lógico y habitual. La pregunta es obvia: ¿Disfrutamos de una buena fama, de país cumplidor con la ortodoxia presupuestaria? La respuesta, lo siento, es no. Y esa respuesta nos lleva a otra pregunta: ¿Nos exigirán en consecuencia tipos más altos para suscribirla? La respuesta, lo vuelvo a sentir, es esta vez afirmativa.

Seguimos: ¿Como incidirá este sobrecoste en nuestro déficit? ¿De la reducción de cuáles capítulos de gasto saldrán los millones necesarios para compensar el exceso de coste de la deuda? Aquí si que la respuesta es sencilla. Nadie lo sabe, porque nadie piensa en ella.

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