Las 72 horas en las que Blesa dudó si quitarse la vida
Posiblemente por sentido común, cuando uno ha alcanzado la cima de la escala laboral y social se acostumbra a un funcionamiento ordinario de pensar una cosa, pero decir otra, según el contexto, contener el estado anímico.. En definitiva, proyectar una actitud. El ex presidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, ya era ducho en esta dualidad de personalidades que ha facilitado el que nadie pudiera imaginarse desayunar el pasado miércoles con los titulares de su fallecimiento.
Hacía apenas unas semanas que había estado cenando en casa de unos amigos (que siempre prefieren permanecer en el anonimato), preguntando por los planes de vacaciones… Lo habitual de una persona que «estaba preocupada por su situación», pero a la que no se la veía deprimida.
Es difícil imaginarse el duelo interno de un hombre que, desde el sábado, dudó si llevar a cabo un plan que, probablemente, estaba anclado en su mente desde hacía ya tiempo. Si la conclusión final de la autopsia, que confirma su decisión de quitarse la vida, es certera, este mecanismo comenzó a activarse desde sábado día 15. Fuentes de la finca Puerto del Toro, en Córdoba, que ya no podrán olvidar que en ese trozo de tierra donde estuvo aparcado el coche de su amigo sucedió, hablan con una mezcla de respeto a la intimidad del amigo y, por otro lado, buscan humanizar a una persona que arrastra la sentencia más dura que se puede tener: el escarnio público, el repudio. Podía haber sido un accidente, pero finalmente la investigación ha concluido que se quitó la vida voluntariamente. Según fuentes del proceso, «los guardias no vieron elementos de fuerza en el cuerpo de Blesa».
En los últimos años de su vida, desde que en 2014 se destapara el caso de las «tarjetas black», Blesa encontraba la paz en el campo, ya fuera para cazar o para disfrutar del entorno. Y solía ir solo. En Puerto del Toro, 2.000 hectáreas en el corazón de Sierra Morena, perteneciente a la inmobiliaria cordobesa Prasa, controlada por el empresario José Romero, tenía dos buenos amigos: Rafael Alcaide y Fermín Gallardo. Este último, considerado uno de los mejores gestores de caza de España. Cuando el inspector de Hacienda tenía intención de hacerles una visita solía ponerse en contacto con este último. Dicen quienes le han conocido de cerca que sentía Puerto del Toro como algo propio. Como si fuera una finca de su propiedad. Quizás porque allí conservaba los únicos amigos que nunca le dieron la espalda ni en los momentos más difíciles de su vida. Allí iba a cazar que era la actividad que más le gustaba.
Tres días de espera
En esta ocasión no fue así. No había organizada ninguna montería. Pero la gente de la finca estaba acostumbrada a que acudiera simplemente para darse un paseo, así que no dudaron en decirle que le esperaban cuando Blesa llamó el sábado para informar de su llegada. Era el sitio donde además de cazar, descansaba, refrescaba la mente y aparcaba por unas horas la rutina diaria de los números, las reuniones y las comidas de trabajo.
Falsa alarma. El jienense amante del campo llamó de nuevo para decir que finalmente había cambiado de opinión y no viajaría. El domingo pasado, día 16, repetiría la jugada. El mismo lunes sus últimas llamadas volvieron a causar confusión. En ese momento comenzó a generarse una cierta sensación de extrañeza. Finalmente, el martes llamó a Alcaide para informar de que estaba de camino.
Llegó directamente para irse a dormir. Eran algo más de las dos de la madrugada, lo que tampoco era habitual en él. «Siempre llegaba a una hora decente para poder cenar». En el desayuno, apenas unas horas después, nadie vio nada raro en él. Una conversación sin mayores pretensiones de la que, haciendo memoria, Alcaide recordó que le preguntó si tenía el teléfono de su mujer para llamarla, aunque no podía figurarse que unos minutos después iba a escuchar un disparo. Blesa iba a ser abuelo por tercera vez.
En ocasiones es más fácil recurrir a aquellos amigos comúnmente llamados «los de toda la vida», los que te han conocido cuando aún uno no es un exitoso banquero, para hacer la radiografía de una persona. «Estad tranquilos, porque estoy cumpliendo las órdenes que me están dando», decía su hermana Lola a los inquietos amigos de Miguel Blesa cuando hablaban con ella a raíz del escándalo de los gastos imputados a las «tarjetas black».
Esta frase resume a la perfección el sentir de Blesa cuando, años más tarde, el círculo del que formaba parte el «juego» de las cajas se rompió y él, absolutamente responsable, pagó sin embargo los platos rotos de un sistema que funcionaba por igual en la práctica totalidad de las cajas de ahorros de España. En resumidas cuentas: si era criticable su política, no era el único al que se podía exigir responsabilidades.
A Blesa siempre se le echó en cara cierta dosis de vanidad y soberbia que pudo hacer perderle el sentido de la realidad. «Era muy presumido, y yo creo que perdió un poco el norte cuando llegó a ser presidente, pero no era el único. Llegó a la caja sin el apoyo de todo el PP y necesitaba a gente de Izquierda Unida o de Comisiones Obreras para mantenerse en el cargo. Si no hubiera quebrado es muy probable que nada hubiera salido a la luz».
Blesa siempre se presentaba en público impecablemente vestido. Incluso cuando la actividad estaba más relacionada con el ocio que con la banca. Lo más curioso es que fueron las desavenencias entre Alberto Ruiz-Gallardón (alcalde Madrid) y Esperanza Aguirre (presidenta de la Comunidad), ambos del Partido Popular –el que le llevó a la máxima responsabilidad ejecutiva en Caja Madrid–, las que acabaron con su carrera financiera en 2010.
De sus refinados gustos da una idea su amor hacia la pintura moderna a la que dio un fuerte impulso desde la entidad. La Fundación Caja Madrid conserva muchas obras que se compraron a jóvenes pintores noveles dentro de la actividad social que llevan todas las cajas asociada su actividad tradicional: gestionar el ahorro de las personas.
De casa en casa
En Madrid, la ciudad a la que llegó el hombre de provincias para buscar el éxito que encontró en 1996, Blesa fue repudiado, pero le dolió expresamente que en Linares, en sus orígenes, «la gente se cambiara de acera para evitar saludarlo». Los lugareños compraban la versión «del Miguel que se casó con María José Portela, el que se fue a Granada para estudiar Derecho y luego opositar». Aquel Miguel al que empezaba a gustarle veranear en La Toja y codearse con el entonces gobernador del Banco de España, Mariano Rubio. Cuando Aznar empezaba a alcanzar el podio electoral y el jienense fantaseaba entre los amigos con «antes que ministro prefiero dedicarme a la banca, me atrae más», decía.
Desde que comenzó su purgatorio judicial, Blesa ha vivido en «arresto social domiciliario», un término que refleja a la perfección el vacío que le hicieron sus «amigos» y los compañeros de sector. No podía entrar en ningún restaurante sin exponerse al vilipendio, al juicio público, a todo tipo de agresiones verbales. Iba de casa en casa. En la suya, se entretenía en cuidar su apreciable colección de bonsais del jardín.
Source: The PPP Economy