La pasión turca o por qué Erdogan impondrá un corralito


Desde que EE UU anunció que comenzaba a revertir sus políticas monetarias expansivas, allá por 2013, las divisas emergentes comenzaron a tensionarse. A la postre, si EE UU subía los tipos de interés, a muchos inversores comenzaba a salirles a cuenta el retirar sus capitales de los países emergentes y recolocarlos en la primera economía mundial. Esto es, comenzaba a salirles a cuenta vender divisas emergentes (depreciándolas) y comprar dólares (apreciándolo). Cuando un país experimenta una fuga masiva de capitales, la política monetaria ortodoxa es la de subir los tipos de interés. De este modo, se intenta reducir el volumen de inversores que huyen de esa economía, así como enfriar el recalentamiento crediticio interior que desemboca en mayor déficit externo. De ahí que, después de 2013, todos los países emergentes elevaran sus tipos de interés a cotas tanto más altas cuanto mayor fuera su dependencia de la financiación foránea. Turquía era por aquel entonces una de las economías con un déficit exterior más elevado y, justo por ello, tuvo que aumentar sus tipos desde el 3,5% al 7,25%. Pero ni siquiera esa elevación fue suficiente para frenar la depreciación de la lira. Mientras que, en 2013, un dólar se intercambiaba por cerca de 1,7 liras turcas, en 2017, un dólar ya era capaz de comprar alrededor de 3,7 liras turcas. Precisamente como resultado de esa depreciación exterior y de la fuerte expansión crediticia que se seguía viviendo internamente en el país, la inflación se fue disparando hasta superar el 10% en 2017. ¿Cuál debería haber sido la respuesta de las autoridades turcas ante tal espiral inflacionista y de depreciación cambiaria? Aumentar aún más más los tipos de interés para frenar la fuga de capitales y la expansión interna de crédito. De hecho, a mediados de este año, los incrementó hasta el 17,75% (una tasa más baja de lo que parece, dado que la inflación está en el 16%). Sin embargo, la fragilidad política de Erdogan tras el giro represivo del (auto)golpe de estado de 2016 y de los últimos comicios generales han vuelto harto improbable que el presidente turco incremente todavía más los tipos (ubicándolos apreciablemente por encima de la inflación), dado que podría sumir a su economía en una desaceleración que erosionara su apoyo popular: no en vano, el líder del AKP ya ha salido en varias ocasiones a la palestra a desdeñar las subidas de tipos, acusándolas, por ejemplo, de ser «los padres de todos los males». Unos mensajes que no han hecho más que poner nerviosa a la comunidad inversora (y a los propios ahorradores turcos) que han pasado a desprenderse con todavía mayor velocidad de sus liras turcas para adquirir dólares. Ante lo cual, por cierto, el líder del AKP sólo ha sido capaz de reaccionar animando a su pueblo a que vendan todo su oro, dólares y euros para recomprar liras turcas, así como haciendo llamamientos a la fe en Dios frente a la fe en el dólar. ¿Resultado de tan erráticas alocuciones? La lira turca ha seguido depreciándose hasta la cota de 6 liras por dólar. A menos que la situación sorpresivamente se estabilice, Erdogan sólo tendrá dos alternativas: o subir enormemente los tipos o establecer un corralito que frene la depreciación. En ambos casos, la economía turca sufrirá y mucho. Algo que debería preocuparnos: el país cuya banca se halla más expuesta a la economía turca es… España.

Source: The PPP Economy

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