El emprendedor adolescente que conquistó el espacio


Algunos miran a las estrellas y otros al dedo que las señala, pero pocos son capaces de acercarse a ellas. Y menos sin haber cumplido la mayoría de edad. Desde muy pequeño, Julián Fernández ya apuntaba alto. «Mi sueño era el de muchos niños del mundo: ser astronauta. Pero con 13-14 años, me empezó a interesar la aviación y el espacio, y comencé a investigar». Se lo tomó en serio. Este joven de la Línea de la Concepción aún estudia Segundo de Bachillerato, pero ya tiene su propia empresa aeroespacial, Fossa Systems, y es capaz de lanzar picosatélites (satélites de pequeño tamaño) con los que pretende «democratizar el espacio».

Desde luego, sus conocimientos para alcanzar estos hitos no los acumuló en la ESO. «Soy autodidacta. Aunque suene un poco friqui, me formé leyendo tesis doctorales, trabajos de fin de grado y de máster… y así me empapé de conocimientos», asegura. Desde los 15 años comenzó a trabajar ya de forma decidida en el objetivo de desarrollar sus propios satélites.

«Siempre vemos el espacio como algo que no está al alcance de cualquiera, y yo me propuse llegar a él de la forma más barata y fácil posible. Además, hoy en día cada vez es más importante la industria del internet de las cosas. Y me di cuenta de lo bien que esta nueva necesidad se solapaba con el uso de la tecnología espacial. El problema es que lanzar un satélite es muy caro, al alcance solo de gobiernos, agencias especiales y grandes empresas», explica Fernández. Está seguro de que sus picosatélites rompen esa frontera. «Pesan menos de un kilo y tiene un tamaño de 10x5x5 centímetros», explica el fundador de Fossa Systems. Y no están destinados a dar internet de alto ancho de banda sino conectividad a muy baja velocidad para responder a los sensores vinculados a internet de la cosas, que están continuamente enviando datos.

Odisea empresarial

Para acercarse a su objetivo, Fernández fundó con 16 años una asociación sin animo de lucro. «A través de un foro de internet gente de todo el mundo empezó a colaborar en el proyecto, aunque el satélite se fabricara en mi cuarto», explica. Cuando la idea fue tomando cuerpo se trasladó a Madrid para alumbrar el FossaSat-1, su primer satélite, que se lanzó al espacio desde Nueva Zelanda en diciembre de 2019. Fernández conquistaba el espacio sin haber cumplido los 18 años.

El siguiente paso fue la aventura empresarial. «El lanzamiento del FossaSat-1 tuvo bastante repercusión. Las empresas vieron que la propuesta funcionaba y empezamos a tener una demanda comercial para nuestros satélites, especialmente de empresas extranjeras», apunta. En plena pandemia decidió crear Fossa Systems junto a su socio, Vicente González. Y comprobó que crear un negocio en nuestro país puede ser casi tan complejo como una odisea espacial. «Ya cuando registré la asociación tuve que pasar cientos de veces por la Agencia Tributaria. Y para montar la empresa pedí la emancipación, porque era menor, pero aun así, los procesos burocráticos, que nunca son rápidos en España, se complican más con esta edad. En el banco crearon un procedimiento específico para que pudiera abrir una cuenta… Y en el Ministerio de Industria sí encuentras alguna cara rara cuando un adolescente presenta su proyecto aeroespacial», recuerda.

La startup arrancó en un polígono industrial en Alcorcón con cinco personas, pero ya ha cambiado su sede al centro de Madrid, ha duplicado la plantilla y Fernández prevé nuevas contrataciones en los próximos meses al ritmo al que va creciendo la demanda. «Trabajamos en varios proyectos de constelaciones satelitales. En junio lanzaremos cinco satélites y en diciembre otros seis para una empresa suiza y otra italiana. Ofrecemos un servicio verticalmente integrado. Hacemos el diseño, manufactura y pruebas del satélite. También los procesos legislativos, de licencias, el lanzamiento… Y con un precio fijo, el cliente tiene todo eso y puede conectar sus sensores para recibir todos los datos y la información que necesita», resume Fernández sobre el modelo de negocio. El coste de estos picosatélites ronda entre los 100.000 y los 250.000 euros, según sus capacidades.

Fernández subraya que su proyecto es atractivo para las pymes. «Ahora trabajamos en proyectos para los fondos de recuperación europeos, y una de las ideas es montar una red compartida a la que pudieran acceder varias instituciones o empresas», explica. Tras cerrar en marzo una ronda de financiación por 750.000 euros y sondear nuevos socios inversores, Fernández no se pone límites. «No es fácil hacer algo disruptivo en este sector, y menos para un equipo joven. Pero al final, todo es pasión y trabajo, y creo que estamos creando un modelo propio, otra manera de hacer las cosas». Las estrellas, al alcance de la mano.

Esfuerzo y pasión

Julián Fernández reconoce que no ha sido precisamente sencillo poner en órbita su empresa espacial mientras cursaba sus estudios de Bachillerato. «Cada día, desde las siete de la mañana hasta las dos o las tres, estoy en el colegio. Luego sigo en la oficina hasta las diez. Por suerte, esta semana he acabado el último examen… Son muchas horas y dedicación, pero también hay mucha pasión. En el trabajo me lo paso muy bien y estoy haciendo lo que me gusta, lo que siempre quise hacer. Es muy satisfactorio poder decir que estás trabajando en cosas que pueden cambiar el mundo y que estás intentando remover un poco una industria como la espacial de una manera muy disruptiva», afirma el joven emprendedor.

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