Un mercado laboral lleno de «gaps»


Alfonso Jiménez*

La educación es uno de los grandes pilares de un Estado desarrollado. De hecho, en España, es una de las grandes partidas de nuestro gasto público, representando 2.500 millones de euros de los presupuestos generales del Estado.

La educación es importante para un país por su función transformadora de la realidad a través de las personas. La educación de hoy genera las personas, los ciudadanos y los profesionales del futuro.

Así, no es de extrañar que sea un pilar básico a la hora de analizar, por ejemplo, la competitividad de los países. «The World Economic Forum» en sus análisis de competitividad, analiza distintos factores y dedica a la educación, dos de sus pilares, además de los efectos indirectos que tiene sobre otros factores como es la innovación.

En su último informe (2016-2017), valora bien a nuestro país en el cuarto pilar (Salud y Educación Primaria) y un poco peor al quinto pilar (Educación Superior y la Formación). En dicho informe se incluyen dos factores entre los más problemáticos para hacer negocios en España y que están relacionados con la educación: la insuficiente capacidad para innovar y una población activa inadecuadamente formada.

Si analizamos los detalles de dichos pilares, podemos observar cómo hay algunos elementos claros de mejora, para un país que está en la posición 32 de competitividad y que hoy representa la 14 economía en términos de PIB.

Respecto a la Educación Primaria se nos valora muy bien la tasa de escolaridad, sin embargo, hay oportunidades de mejora en la calidad de la Educación Primaria. Esto es, nuestra educación alcanza a todos los niños en Primaria, pero no estamos entre los mejores en el sistema de Educación Primaria.

Sin embargo, es en la Educación Secundaria y en la Educación Superior donde más oportunidades de mejora tenemos. En estos tramos de educación somos muy bien valorados nuevamente en las tasas de participación de los jóvenes en el sistema educativo, pero las oportunidades nuevamente se presentan en los aspectos de calidad del sistema, la calidad de la formación en matemáticas y ciencias, acceso de las escuelas a internet o la formación práctica.

La educación como «acción y efecto de educar» tiene que alcanzar a todos los aspectos de la persona, sentando las bases de ciudadanía, pero debe también preparar profesionales para el mundo del trabajo en todas las áreas que conforman el mercado laboral.

Actualmente, tenemos en España muchos jóvenes cuya última titulación alcanzada es la correspondiente a la primera etapa de la Educación Secundaria (ESO) o a la segunda con orientación general (Bachillerato).

Estos jóvenes no están formados para ejercer una profesión, ni por haber hecho unos estudios de Formación Profesional (FP), ni unos estudios universitarios. Casi la mitad de nuestros jóvenes actuales no se han formado en su vertiente de profesionales.

Los entrantes en el nivel más alto del sistema educativo, la Universidad, no se corresponden con aquellas ramas de estudio con más empleabilidad (profesionales STEM) en un mundo en transformación digital en el que las capacidades, científicas, tecnológicas y matemáticas son determinantes. Lo cual se traduce en grandes diferencias de empleabilidad en función de las titulaciones que se han realizado.

Creemos que la no participación del sistema productivo en el sistema educativo genera algunos problemas:

Hay muchos jóvenes que abandonan el sistema ya que no ven sentido a seguir estudiando y tenemos una alta tasa de abandono escolar y universitaria con el consiguiente despilfarro de recursos.

Hay grandes déficits de algunas titulaciones. Es el caso de la Formación Profesional o algunas titulaciones universitarias, como es el caso de los perfiles más tecnológicos donde confluye una escasez de titulados, con una alta demanda. Estos déficits son cubiertos en muchas ocasiones con programas de formación de las propias empresas a través de sus universidades corporativas o universidades extendidas.

Hay muchas titulaciones con una tasa de empleabilidad muy baja. Tener muchos jóvenes que eligen una titulación sin empleabilidad supone crear una marea de frustración, ya que tendrán que reubicarse en tareas de menor cualificación de aquellas para las que se han formado.

Hay un gran déficit en competencias clave. Nuestro sistema es un sistema basado en la memorización de conocimientos y descuida el desarrollo de competencias como saber comunicar, saber trabajar en equipo, tener iniciativa o espíritu emprendedor. Dentro de estas competencias clave estarían los idiomas que todavía son un déficit en nuestros titulados.

Nuestros titulados en general tienen una escasa experiencia profesional en todos los niveles del sistema. Llama la atención como los colegios europeos procuran desde tempranas edades la cercanía entre los estudiantes y los empleadores, fundamentalmente empresas. En nuestro caso, estamos siendo forzados por Bolonia para procurar esa experiencia práctica al menos en la Universidad. Las prácticas curriculares universitarias y la Formación Dual de estudios profesionales son una excepción, pero hay muchas dificultades para la puesta en marcha de ambas cosas ya que requeriría de la existencia de unos puentes que hoy no existen para ser suficientemente ágiles a la hora de poner en marcha estos mecanismos de prácticas de manera masiva.

En términos generales la falta de entendimiento entre ambos sistemas, el productivo y el educativo implica que no haya un equilibrio entre la oferta y la demanda de profesionales, habiendo en general un déficit importante de profesionales de Formación Profesional y de algunas titulaciones universitarias.

Esto se suple malamente con algunos ajustes de mercado. Por una parte, algunos jóvenes no cualificados se incorporan a nuestro mercado laboral a ocupar puestos que idealmente deberían ejecutarlos jóvenes que se hubieran formado en la Formación Profesional demostrando una mayor vocación y habiendo adquirido las competencias y conocimientos en el sistema educativo.

Por otra parte, hay un colectivo de jóvenes universitarios de carreras con baja empleabilidad que igualmente ocupan puestos de menor cualificación generando un desaprovechamiento de sus conocimientos adquiridos y una frustración en su carrera.

Sin embargo, gracias a los másteres universitarios y los títulos propios que se han desarrollado a partir de Bolonia, hay jóvenes universitarios con grados de baja empleabilidad que pueden obtener una titulación de mayor empleabilidad en el siguiente ciclo superior, accediendo con mayor facilidad al mercado de trabajo.

Es difícil que el propio sistema educativo se reforme incorporando criterios de empleabilidad. Esto sólo podría lograrse de manera sostenible mediante un pacto de Estado que parece complejo de alcanzar. De hecho, en el pasado ha habido algún intento de Pacto de Estado, pero en esos borradores no había ninguna referencia a la necesidad de colaboración entre el sistema educativo y el sistema productivo.

Las empresas y los directivos deberían tener un papel más protagonista a la

hora de orientar los estudios que conforman el sistema educativo, especialmente en las últimas etapas, aquellas en las

que la formación de profesionales tiene más relevancia.

Un elemento importante es introducir los criterios de empleabilidad en los instrumentos de orientación en todas las elecciones clave de la carrera educativa por su transcendencia futura para la persona en su faceta profesional. Igualmente, el sistema productivo tiene que reclamar a las «factorías del talento» y al sistema educativo en su conjunto aquellos conocimientos y competencias que necesita para tener un «Capital Humano» realmente competitivo y, de esta manera, contribuir al desarrollo de nuestro país, así como a la mayor empleabilidad de su población activa.

Alfonso Jiménez* es Socio director de People Matters

Source: The PPP Economy

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