Los ingenieros de Volkswagen manipularon las emisiones ante las presiones de su cúpula


«Volkswagen necesita empezar de cero. Estoy dejando el camino libre con mi dimisión. Lo hago por el bien de la compañía, aunque no soy consciente de haber cometido ningún error». Con estas palabras se despedía el pasado 23 de septiembre el presidente del gigante automovilístico, Martin Winterkorn. Acababa de estallar el escándalo por la manipulación de las emisiones de millones de vehículos diésel. El directivo mejor pagado de Alemania reconocía el engaño, pero negaba cualquier conocimiento. Dos días después, Volkswagen le pasaba la patata caliente a «un pequeño grupo de empleados», a los que culpaba del «Dieselgate».

Lo que no sospechaba la cúpula del mayor fabricante de vehículos de Europa ni la opinión pública es que Winterkorn, sin ser consciente de ello, era el causante del mayor fraude empresarial de los últimos tiempos. Fue el miedo a las represalias por parte de la empresa por no poder cumplir los objetivos marcados por Winterkorn lo que llevó a los ingenieros a trucar los motores. Así lo revelaba ayer el dominical alemán «Bild am Sonntag», que califica de «cultura del miedo» el régimen que prevaleció en Volkswagen durante los últimos años.

Varios empleados han reconocido en el transcurso de una investigación interna que, ante la imposibilidad de alcanzar por la «vía legal» los objetivos de emisiones de gases contaminantes fijadas por el anterior presidente del grupo, no vieron más salida que falsear los datos. Además, la manipulación habría empezado mucho más tarde de lo que se creía hasta ahora, en 2013. Inicialmente se consideraba que el escándalo afectaba a millones de vehículos fabricados desde 2009 hasta 2015.

En concreto, los hechos se remontarían al Salón del Automóvil de Ginebra, celebrado en marzo de 2012. Allí, Winterkorn anunció una reducción de las emisiones de los vehículos fabricados por el grupo del 30% para el año 2015. Un ambicioso objetivo en la teoría, pero imposible de conseguir en la práctica para los ingenieros de la firma alemana. El resultado fue instalar una centralita que rebajaba las emisiones cuando detectaba que el coche estaba siendo examinado, manipular la presión de los neumáticos o mezclar el combustible con el aceite de motor para reducir el consumo. Triquiñuelas para lograr que parecieran menos contaminantes de lo que eran en realidad.

En este fraude estarían implicados al menos diez empleados de Volkswagen, incluido el que destapó el escándalo con su confesión a sus superiores del departamento de Investigación y Desarrollo. Arrepentimiento que le ha valido permanecer en la compañía, al contrario que al resto de responsables del engaño. «No podemos castigar a alguien que ha dado un paso tan valiente», dice una fuente de la firma.

Source: The PPP Economy

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