«El libre mercado es una obsesión neurótica por comerciar más»


A Christian Felber le gusta hacer el pino, no le importa mostrar sus destrezas como bailarín después de una entrevista con un medio de comunicación para presentarnos su último libro. Aparte de poseer esta cualidad, Felber, nacido en Salzburgo en 1972, es también filólogo, sociólogo, psicólogo, conferenciante reconocido internacionalmente y profesor en la Universidad de Economía y Negocios de Viena.

Saltó a la fama después de publicar su bestseller, «La economía del bien común», un libro que no estuvo exento de polémica. En esta obra este austríaco defendía la sustitución del Producto Interior Bruto (PIB) como unidad de medida de la riqueza por otro indicador que prime valores como la justicia social, la dignidad humana o la sostenibilidad medioambiental.

Ahora vuelve de gira por España para presentar su última obra: «Por un comercio mundial ético». Un libro exhaustivo, ágil y ponderado sobre el mercado mundial y, al mismo tiempo, una profunda reflexión sobre cuáles son los valores que deberíamos anteponer a la obsesión por el crecimiento de la actividad económica. «Bien entendido, el comercio podría contribuir al “bien común”, que además de la economía abarca los objetivos de desarrollo y sostenibilidad, la defensa de los derechos humanos, además de otros aspectos, como la protección de las culturas indígenas o la diversidad biológica», explica Felber.

Cofundador del movimiento antiglobalización ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana), Felber subraya que su volumen no es un alegato contra el libre comercio y a favor del proteccionismo, sino un punto de partida para un debate sustancial diferente y el desarrollo de otras alternativas. «En la actualidad la opción que impera es la del libre comercio y esto ha degenerado en una obsesión neurótica por comerciar cada vez más, al coste que sea. Los que se benefician de esta situación absurda son empresas multinacionales cada vez más poderosas que, gracias a su influencia y la de sus “lobbies”, consiguen que se imponga el derecho mercantil por encima del respeto a los derechos humanos, la protección al medio ambiente y la diversidad cultural», apunta el autor austriaco. Tilda de «eufemismo» la expresión «libre comercio», «cuando en realidad estamos ante un comercio ciego a costa de acabar con un abanico muy amplio de libertades. Yo prefiero llamarlo comercio forzado». Su obra trata de desarmar con argumentos el paradigma del libre comercio y proponer otro paradigma: el del comercio ético. «Existe un sorprendente número de enfoques alternativos. Sin embargo, rara vez se discuten abiertamente y la comunidad de seguidores del libre comercio las ignora. La gente tiene miedo de apoyar una postura diferente. El comercio debe servir a los derechos humanos y a los valores fundamentales de una sociedad democrática, pues ése es su lugar correcto, así cumple con su función y obtiene legitimidad».

Balance del bien común

Propone establecer un proceso democrático de desarrollo para el producto del bien común. «La OCDE ha desarrollado el “Índice para una Vida Mejor”, pero hasta el momento ningún gobierno ha planteado la idea de analizar el impacto de un tratado comercial de acuerdo a un test del bien común, que examine el impacto de las medidas políticas en la felicidad nacional bruta, como ha hecho el Estado de Bután». En este diminuto país asiático se mide desde hace algunos años la «felicidad nacional bruta» mediante una encuesta a 6.000 hogares. Se pregunta la percepción subjetiva del bienestar, la salud, la educación, la calidad de las relaciones, los factores medioambientales, la participación y la seguridad, en definitiva, por todo aquello que influye en tener una vida satisfactoria.

La «felicidad nacional bruta» se compone de un total de 133 aspectos de la calidad de vida. Sobre esta base, Bután ha desarrollado un «screening tool», un test o chequeo, que examina el impacto de las medidas políticas en la felicidad nacional bruta. Esta herramienta se usó también cuando Bután se cuestionó si debía entrar en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Finalmente no lo hizo y, a día de hoy, está libre de libre comercio. El autor propone otra alternativa para un comercio ético: Un balance del bien común, una especie de billete de entrada al mercado mundial o una licencia para comerciar.

«El acceso al mercado –a la zona de comercio de la ONU– podría vincularse a los resultados del balance del bien común: cuanto mejor sea el resultado, es decir, cuanto mayor sean los resultados éticos en materia de derechos humanos, empleo, diversidad, medio ambiente, transparencia, lucha contra la corrupción y fiscalidad, más libertad se tendrá para acceder al mercado, invertir y comerciar».

Para ponerlo en práctica, el autor propone proclamar un área inicial de 30 a 50 estados como zona de comercio ético a la que, de manera constante, podrían adherirse nuevos miembros. «Aquellos estados que exijan un balance del bien común a las empresas, podrían prohibir el acceso a aquellas que no puedan proporcionarlo, o bien imponer unos derechos de aduana del 20% adicionales a aquellos estados que permitiesen a sus empresas prácticas mercantiles no éticas».

Felber añade que las empresas que hacen balance del bien común son tan minúsculas que están luchando por su supervivencia y por eso no hay una competencia justa.

A la pregunta de qué acogida podrían tener sus propuestas, teniendo en cuenta que el libre mercado está tan arraigado, el autor responde que las alternativas políticas atractivas tienen un problema: «Deben gustarles tanto a los gobiernos como a los parlamentos para que se pongan en marcha. Al mismo tiempo, éstos están dispuestos a adoptar medidas que son rechazadas por la inmensa mayoría. En pocas palabras: las empresas transnacionales son muy poderosas, pero el núcleo de su poder radica en que los gobiernos y los parlamentos no están dispuestos a regularlas ni a limitar su poder. Los ciudadanos lo harían sin vacilar».

Source: The PPP Economy

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