Cuando los taxistas quisieron ser "chalecos amarillos"


Peseto, claro está, por su profesión: taxista. Loco, por lo que pocos imaginan. No es por su habitual manera de intervenir en los medios ni por las llamadas a la «guerra» que pregona por las redes sociales, sino por su maestro en el arte del boxeo: Jero García. «Él era El zurdo loco y un día entrenado me dijeron que yo sería el Peseto Loco», confiesa. Nacho Castillo, su nombre real, ha sido (de nuevo) una de las caras más visibles de la huelga de taxis que desde este lunes está colapsando el transporte en Madrid. Él sabe que representa ese ala más radical de la protesta, el ruido callejero y las barricadas. Frente a Tito Álvarez, su homólogo catalán y artífice del pacto al que los taxistas llegaron con la Generalitat para poner fin a los paros catalanes, Castillo no es políticamente correcto. Lo sabe y quizá disfruta de ello. «Nosotros somos los que movemos la calle», asegura en un encuentro con LA RAZÓN que se produjo mientras sus compañeros negociaban con la Administración.

Se presenta con su chaleco amarillo y presume de formar parte de la versión cañí del movimiento que en Francia ha obligado al presidente Emmanuel Macron a recular y poner el foco en los deseos de una ciudadanía que reclama más voz en la democracia. Los taxistas buscan acabar con la precariedad que ahora golpea cada rincón. La marea amarilla gala comenzó con el plantón de los camioneros, aunque más tarde se extendió a otros sectores convirtiendo esta guerra en la Revolución Francesa del siglo XXI. De momento, ya les ha costado una décima del PIB. «Ellos son nuestra inspiración, nuestra referencia. Lo que ocurre es que en Francia les ha quedado una herencia social de su pasado revolucionario. Cuando alguien saca los pies del tiesto, el pueblo le corta la cabeza. Ésa es su mentalidad. En España, el pueblo agacha la suya», asegura Castillo. Pero, ¿hasta qué punto llega la conexión entre los chalecos amarillos franceses y su versión española? «Hemos estado en comunicación con ellos desde el principio. Es más, nuestros compañeros de Élite Barcelona, con los que estamos muy hermanados, estaban ya preparados para colapsar la frontera y les pidieron ayuda. Espérate que no la colapsemos nosotros en unos días», dice Peseto Loco, quien a su vez reafirma que su lucha no es contra los VTC, sino con la Administración por no regular la actividad. «Mira, yo trabajé como conductor de VTC hasta que en 2010 cogí el taxi, pero bajo la regulación marcada, no como hacen ahora las cucarachas», afirma, en referencia a los conductores de Cabify. Es más, para constatar que no es nada personal contra los que van al volante de un vehículo de transporte con conductor, razona que hasta hace poco ha tenido una «novieta» que iba al volante, precisamente, de un Uber.

Para ahondar en esa conexión entre París y Madrid que sin duda ha sido clave en el éxito de la movilización de esta semana en España, este diario contacta con uno de los principales cabecillas de los chalecos amarillos galos: Benjamin Cauchy. Si hace menos de un año hubiéramos preguntado a cualquier ciudadano francés si le sonaba este nombre, su respuesta seguro que habría sido negativa. No es un actor de moda en el país, ni un influencer. Sin embargo, desde hace varios meses, aparece más en los programas de televisión que muchos famosos. Se ha convertido en una de las caras más significadas del movimiento de los «gilets jaunes» (chalecos amarillos, en francés) que ha puesto patas arriba a toda la sociedad. Sus movilizaciones en las calles de todo el país le han granjeado un gran número de seguidores, pero también otros tantos detractores, algo similar a lo que han supuesto las manifestaciones de los taxistas en España.

En su perfil de Twitter, Cauchy se define con dos palabras: «Ciudadano comprometido». Pero, ¿comprometido con qué? «Sí se puede considerar que existen ciertas similitudes entre lo que está ocurriendo allí (en referencia a Madrid y Barcelona) y el inicio de nuestro movimiento. Aquí también fueron los conductores, sobre todo de camiones, los que decidieron iniciar las protestas. A ellos les siguieron otros ciudadanos que, con sus vehículos privados, bloquearon las calles. Fue todo muy espontáneo, no nos dirigía nadie, solo las malas políticas de Macron, sobre todo en lo que se refiere a la subida de impuestos», explica.

La clave del éxito

Cauchy atiende a este diario entre entrevista y entrevista. Las diferentes cadenas de televisión, aún hoy, cuando el movimiento de los chalecos amarillos ha tomado un cariz más calmado, siguen solicitando su presencia. Se maneja muy bien en antena, habla claro, con argumentos. «Ahora nos dicen que somos algo parecido a Podemos y no es para nada así. No somos un movimiento político, entre nosotros hay personas de derecha, de izquierda, de extrema derecha y de extrema izquierda. Todos tenemos cabida, ya que el origen fue improvisado», argumenta. Él, como la mayoría de los iniciadores del movimiento, viene de la Francia rural, donde el impuesto sobre el diésel les hizo movilizarse. Son estos «indignados» los que han puesto patas arriba a toda Francia y obligado a Macron a retractarse de algunas de sus políticas. ¿Dónde reside su éxito? Cauchy explica que «la clave está en las redes sociales, la gran movilización se produjo por ahí, gracias a ellas salieron muchas más personas a la calle». En referencia a las que se están dando en España y que podrían estar relacionadas, Cauchy insiste: «No nos hemos puesto en contacto directo con ellos. Conocemos lo que está ocurriendo, pero nosotros no les hemos ayudado a organizarse. Puede que los compañeros que estén más cerca de la frontera sí que les hayan dado algún consejo, sobre todo para moverse por Facebook». «Y, usted, ¿qué les diría?», preguntamos. «Sobre todo, que controlen mucho sus acciones, que actúen de forma pacífica, que así se ganarán el apoyo de todos los ciudadanos. Es la clave». Y es que Cauchy sabe muy bien que la violencia en las calles de algunas de sus acciones les ha granjeado la enemistad de muchos franceses, que los perciben como integrantes de un movimiento radical. Por eso ahora buscan «lavar» su imagen. También es consciente de ello Nacho Castillo, quien afirma que a él mismo le han tachado de «facha, nazi y ultra, y fíjate que yo soy más de Podemos que de Vox, así que están bastante equivocados. Piensan que solo porque hago boxeo ya soy un violento, pero es mentira. Lo que quieren es desacreditarnos. Hace unos años también dijeron que disparé a un VTC, todo mentira», sentencia el taxista, que durante muchos años trabajó como diseñador gráfico y que aprovecha estos conocimientos, por ejemplo, para diseñar botellas de agua que da a sus clientes. Los viajeros ya las conocen como «Aquacuqui». «En España, lo que ocurre es que el Gobierno no quiere que la revolución de los taxis impregne a toda la sociedad como ha pasado en Francia, por eso quieren llegar a un acuerdo rápido. Es un marrón para ellos, aunque nosotros ya estamos hablando con camioneros y otros sectores. Que se preparen. El éxito de los franceses ha sido la insistencia, aguantar», asevera. Él está dispuesto a todo. Hace días que vive, literalmente, en su taxi, «y lo haré el tiempo que sea para que se respeten nuestros derechos». Solo le falta una cosa para ser uno más de los chalecos amarillos: repetir aquello de «Liberté, égalité y fraternité».

Source: The PPP Economy

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