Ana Botín: El euro, veinte años después


Hace 20 años, Rudiger Dornbusch agrupó las opiniones de los economistas norteamericanos sobre el euro en tres grandes categorías: en la primera estaban los que argumentaban que no iba a ocurrir, en la segunda los que opinaban que era una mala idea, y en la tercera los que vaticinaban que no duraría.

Recuerdo muy bien la fecha en la que los mercados fijaron la primera cotización euro/dólar. Fue el 4 de enero, muy pocos días antes de que se anunciara la fusión entre el Banco Santander y el Banco Central Hispano, la primera gran operación bancaria de la eurozona. Una operación que reflejaba muy bien el estado de ánimo de los europeos: en aquella Europa todo era posible y los negacionistas claramente no tenían razón.

Transcurrieron diez años y en 2008 celebramos los primeros diez años del euro. Quien relea lo que entonces se escribió comprobará que pocos compartían que el euro fuera una mala idea. Obviamente no todo había sido un camino de rosas, pero el balance económico y social era impecable: con la moneda única, Europa había sido capaz de crecer un promedio del 2,2% en una década, la inflación había sido muy moderada, el desempleo siempre estuvo en un digito, los flujos de capital entre los países miembros se habían multiplicado, el déficit público era inferior al 3% y la deuda pública neta era del 54% del Producto Interior Bruto.

En esos diez años, la renta per cápita promedio de la eurozona creció acumulativamente un 28% y el euro se convirtió en la moneda en la que se denominaban el 20% de las reservas internacionales mundiales. Ciertamente un balance que no respondía para nada a lo que se suele entender que es una mala idea económica.

La Gran Recesión que comenzó casi inmediatamente después de aquella celebración puso a prueba la eurozona. La pasividad en los primeros momentos de la crisis en Europa contrasta con la acción inmediata de los americanos.

¿La razón? la falta de una visión compartida por los países miembros sobre el origen del problema y sus soluciones, que fue seguida por políticas económicas nacionales contradictorias y mal ejecutadas, y por enfrentamientos institucionales que acabaron por convertir lo que pudo ser una crisis de deuda soberana manejable en una década de estancamiento económico del continente y en una revisión del contrato social europeo que alimenta los movimientos populistas que hoy surgen por doquier en el mapa político del continente.

Jean Monnet nos advirtió de que la Europa unida se construiría en las crisis y gracias a las soluciones que en esos momentos de necesidad fuéramos capaces de encontrar.

Y sin duda hubo avances positivos en la construcción europea en los últimos años: el mecanismo de supervisión y resolución única europeo, por ejemplo.

Este es el momento de demostrar que vamos a seguir avanzando.

Sobre todo porque, pese a los altos costes sociales y de exclusión que la crisis ha generado, los europeos siguen mayoritariamente apoyando el proyecto de unión monetaria.

En mayo de 2018, el Eurobarómetro indicaba que el 74% de los ciudadanos apoyaban el euro y que confiaban más en las instituciones comunitarias que en sus respectivos gobiernos nacionales.

Claramente, lo que los europeos quieren es más Europa, no menos.

La Europa que entre todos deberíamos esforzarnos por recrear es una Europa que corrija las fragilidades y limitaciones institucionales que el proyecto ideado hace tres décadas padece.

Europa hoy no está en condiciones de dar respuestas económica y socialmente contundentes y eficaces si se concretaran cualquiera de las múltiples perturbaciones –­desde guerras comerciales a las consecuencias sobre el empleo, la fiscalidad o la competencia de la revolución digital– que pueden afectar a la economía mundial.

Buena parte de la recuperación de los últimos años se ha basado en la expansión monetaria impulsada por el Banco Central Europeo, pero el legado de los recortes sociales, elevados déficit públicos y alto endeudamiento público y privado siguen pesando sobre la estabilidad política y el potencial de crecimiento del continente.

La plena unión bancaria y la integración de los mercados de capitales deben dejar de ser una promesa y convertirse en una realidad. Las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento necesitan ser revisadas para que en los tiempos duros tengan la flexibilidad que la sociedad requiere y en las bonanzas fuercen a comportamientos financieramente sostenibles. Y sobre todo, es imprescindible recuperar la unidad política para seguir avanzando juntos.

Hace cinco años los líderes europeos se comprometieron a romper el círculo vicioso que en la última crisis convirtió los problemas de liquidez y solvencia de unos cuantos bancos mal gestionados en la mayor contracción de crédito al sector productivo y en la peor crisis de deuda soberana que Europa había conocido en los últimos 50 años.

Disociar deuda soberana y bancos es imperativo, especialmente ahora que la normalización de los tipos de interés y los elevados stocks de deuda pueden volver a crear episodios de vulnerabilidad. Para ello, hay que fortalecer cuanto antes los regímenes de resolución de bancos en crisis, reducir la exposición de los bancos a los bonos soberanos del propio país, crear un sistema europeo de seguro de depósitos y eliminar los desincentivos y distorsiones fiscales a la internacionalización de los bancos.

A medio plazo, la integración de los mercados de capitales nacionales es imprescindible para reforzar la capacidad del sistema financiero de absorber shocks económicos asimétricos que se seguirán produciendo dentro de la eurozona.

Mario Draghi –el presidente del BCE que en el verano de 2012 providencialmente anunció que «se haría todo lo que hubiera que hacer para salvar el euro»… y lo salvó– recordaba hace días una reflexión de Monnet que mantiene plena vigencia.

Los problemas que tienen que resolver nuestros países no son los mismos que en 1950. Pero el método no ha cambiado: transferencia de poder a las instituciones comunitarias, acuerdos por mayoría y búsqueda de un enfoque común para resolver los problemas. Esta es la única forma de salir de la crisis.

Como Draghi y Monnet, yo también creo que esta es la mejor forma para que los europeos volvamos a dejar en evidencia a los que hace dos décadas pronosticaron que el euro no duraría.

Presidenta del Banco Santander

Source: The PPP Economy

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